Luego de una larga jornada, sólo quiero dormir, pero, justo
cuando estoy por caer en los brazos de Morfeo, aparece él, con su estridente y
agudo “chirrido”. Podría resistir que me pique hasta satisfacerse, pero el
cabrón insiste en volar a centímetros de mi oreja. La sangre se me sube a la cabeza y la ira se
apodera de mi. Impulsado por deseos de venganza (luego de haber fallado sendos
manotazos y de casi asfixiarme poniendo mi cabeza bajo la almohada) me levanto,
enciendo la luz, busco un insecticida doméstico
y no encuentro ninguno de los dos que compré el día anterior (en ese momento
recuerdo los comerciales de Raid, y el puto insecto cobra un rostro grotesco), corro
por la habitación aplaudiendo como cojudo (todo esto en bolas), pero el pequeño
engendro del demonio se posa contra el techo y no es posible alcanzarlo. Me quedo
mirándolo impotente, mi ojo derecho ya tiene un tic; decido saltar para
asustarlo y así obligarlo a abandonar su posición. Mi esposa despierta; ve a un
cabrón saltando en bolas y aplaudiendo a la nada (el espectáculo la altera y
parece que está más cabreada conmigo que con el mosquito). Luego de la puteada y las amenazas de
mandarme a dormir a la sala (hay que ver a mi esposa enfurecida), declino mi
lucha y apago la luz, pero justo en ese momento mi diminuto agresor deja su
posición estratégica, lo comienzo a perseguir en cuclillas (un ruido más y me botan del cuarto), no puedo aplaudir así
que lanzo manotazos tal cual lo haría un ninja trasnochado, su camuflaje me
confunde cuando pasa por el ropero, pero logro reubicarlo, con la punta del
dedo gordo del pie pateo la silla que no vi, quiero gritar que lo odio con toda
mi alma pero resisto estoico, finalmente un certero manotazo lo atrapa; una
risa silenciosa se apodera de mi pecho henchido; abro la mano para mirarlo como
a un trofeo y el muy cojudo sigue vivo,
sale volando y en mi desesperación aplaudo con todas mis fuerzas.
Murió el bastardo alado, mi esposa me putea en cuatro
idiomas a mí, a todos mis antepasados e incluso a mis próximas tres
reencarnaciones, jurando vengarse cuando me duerma. Le digo orgulloso que lo
maté, pero eso ya no importa. Al menos logré que me permitan volver a pernoctar
en mi cama, por fin dormiré en paz, entonces recuerdo donde había dejado el
insecticida y un leve calor quiere
alterar mi paz, « no importa » me digo, mientras mis ojos se cierran
lentamente.
© Jorge Sierra