23/8/14

La espera

Allí estabas, entre lineas delgadas de luz. Aguardando nada; humeante y con los ojos vibrantes.
Allí estabas, bella y discreta. A la espera de lo que recién se iba. 



Jo. Ru. Sierra

16/8/14

El Mosquito


Luego de una larga jornada, sólo quiero dormir, pero, justo cuando estoy por caer en los brazos de Morfeo, aparece él, con su estridente y agudo “chirrido”. Podría resistir que me pique hasta satisfacerse, pero el cabrón insiste en volar a centímetros de mi oreja.  La sangre se me sube a la cabeza y la ira se apodera de mi. Impulsado por deseos de venganza (luego de haber fallado sendos manotazos y de casi asfixiarme poniendo mi cabeza bajo la almohada) me levanto, enciendo la luz, busco un  insecticida doméstico y no encuentro ninguno de los dos que compré el día anterior (en ese momento recuerdo los comerciales de Raid, y el puto insecto cobra un rostro grotesco), corro por la habitación aplaudiendo como cojudo (todo esto en bolas), pero el pequeño engendro del demonio se posa contra el techo y no es posible alcanzarlo. Me quedo mirándolo impotente, mi ojo derecho ya tiene un tic; decido saltar para asustarlo y así obligarlo a abandonar su posición. Mi esposa despierta; ve a un cabrón saltando en bolas y aplaudiendo a la nada (el espectáculo la altera y parece que está más cabreada conmigo que con el mosquito).  Luego de la puteada y las amenazas de mandarme a dormir a la sala (hay que ver a mi esposa enfurecida), declino mi lucha y apago la luz, pero justo en ese momento mi diminuto agresor deja su posición estratégica, lo comienzo a perseguir en cuclillas (un ruido más y  me botan del cuarto), no puedo aplaudir así que lanzo manotazos tal cual lo haría un ninja trasnochado, su camuflaje me confunde cuando pasa por el ropero, pero logro reubicarlo, con la punta del dedo gordo del pie pateo la silla que no vi, quiero gritar que lo odio con toda mi alma pero resisto estoico, finalmente un certero manotazo lo atrapa; una risa silenciosa se apodera de mi pecho henchido; abro la mano para mirarlo como a un trofeo  y el muy cojudo sigue vivo, sale volando y en mi desesperación aplaudo con todas mis fuerzas.


Murió el bastardo alado, mi esposa me putea en cuatro idiomas a mí, a todos mis antepasados e incluso a mis próximas tres reencarnaciones, jurando vengarse cuando me duerma. Le digo orgulloso que lo maté, pero eso ya no importa. Al menos logré que me permitan volver a pernoctar en mi cama, por fin dormiré en paz, entonces recuerdo donde había dejado el insecticida y un leve calor quiere  alterar mi paz, « no importa » me digo, mientras mis ojos se cierran lentamente.

© Jorge Sierra